Tengo que confesar que mi relación con Evangelion fue traumática, fea, horrorosa. Mi primer contacto con el título no pudo ser peor. Asistí a un boliche dark dónde unos amigos proyectaban “Mi juventud en la Arcadia”, la sublime película del Capitán Harlock. Pero el menú incluía “Evangelion Death and Rebirth” y “The end of Evangelion”. Imagínense la indigestión. Ya de por sí fui a ver la película de Harlock con una botella de vodka escondida en mi saco de cuero. Borracho como estaba, me topé con estas dos películas y no pude contener las ganas de vomitar. Fue mi peor experiencia con el animé. O mejor dicho, el peor animé que había visto en la vida. Un cóctel de monólogos seudo filosóficos y seudo metafísicos vociferados por un protagonista insoportable. Una catarata de imágenes que transcurrían como el agua de un inodoro. Nunca más quise saber algo al respecto con esta saga…
Pero mi curiosidad de otaku pudo más. Así que con el tiempo fui viendo los capítulos de la serie y mi opinión fue cambiando. Un poco. Hideaki Anno había ideado una interpretación sumamente original de las trilladas historias de súper robots. Utilizó todos los clichés posibles, pero desde una perspectiva inusual. Niño convocado por padre científico para tripular un robot gigante y enfrentarse a bizarros monstruos mecánicos. En este caso, bio-mecánicos. La típica consigna. Pero en lugar de ser un héroe arquetípico, el protagonista es un adolescente introvertido, lánguido, dubitativo, que odia a su padre por haberlo abandonado y que bordea el ataque sicótico. Constantemente dice “¡No quiero manejar ese robot!”.
Shinji, el susodicho, es secundado por un pequeño grupo de personajes tan enfermizos como él. La misteriosa y fascinante Rei. La desordenada Misato (que además es una brillante estratega). La gritona y enérgica Asuka. Y el autoritario y despreciable padre, Gendo. Desde el vamos nos sumergimos en formidables batallas, muchas de las mejores que haya dado nunca el animé. No hay explicaciones. Unos ángeles aparecen y destruyen todo a su paso. Ya tenemos una de las claves de la historia: esconder la información. Nada de prólogos. Todo transcurre con ferocidad. El aspecto intimista de la trama, con la turbulenta relación de Shinji con su padre es lo mejor. Y ojo que el protagonista nunca deja de ser insufrible. Pero esa es la gracia.
Claro que el argumento empieza a complicarse. Y entonces Neón Génesis Evangelion le hace honor a su nombre y nos arroja a una intrincadísima analogía con la Biblia que alcanzará ribetes disparatados. Acá es dónde se pierde la gracia.
Evangelion brilla, apabulla, fascina cuando reinterpreta los clichés de las historias de súper robots y cuando expone el morbo de sus personajes. La animación es exquisita, con un montaje feroz y una utilización original de los planos y perspectivas. La música hace referencia directa a los animes de robots de los setenta. Bossa-nova incluida. Toda una maravilla técnica que esconde la verdadera ironía detrás de la historia. Porque de eso se trata Evangelion. De ironizar a los otakus. De tomarse en serio cosas absurdas. Hideaki Anno es un cínico. Y por momentos eso lo vuelve un genio. Supuestamente se basó en sus propios traumas de la infancia para construir a Shinji. Pero la paradoja es que como autor se comporta con la malicia de Gendo, su padre. Cuando la historia comienza a revelarse. Cuando la mitología se conecta directamente con la Biblia, su cinismo no tiene perdón. Brillante. Hace que millones de fans de todo el mundo escriban en los foros sobre la complejidad de Evangelion sin darse cuenta que el gran Anno (qué apellido tan preciso) se está burlando de ellos. Lamentablemente, la serie decae con tanta complejidad, con tanta ironía, perdiendo de vista a sus personajes para dotarlos de un misticismo imposible. La consecuencia, esas dos espantosas, patéticas, terribles e impiadosas películas que vi en estado de ebriedad en aquél boliche dark.
Por suerte tenemos Evangelion 1:11. Y Evangelion 2:22 (y pronto 3:33 y 4:44, según la terminología de las versiones extendidas en Bluray). Hideaki Anno vuelve a presentarnos la historia, la misma historia, con una animación soberbia y eliminando muchas de las falencias de la serie, como su desastroso sentido del humor. Ambas películas ofrecen nuevos recovecos por dónde se desvía el argumento original. Y esas pequeñas modificaciones las engrandecen por completo. La relación de Shinji con Rei y con Asuka crece mucho más. Las batallas son mejores. Con eso basta para olvidarnos un poco de su absurdo sentido metafísico. Además, promete darnos un nuevo final (uno que no me haga vomitar) Porque cuando Evangelion regresa a las fuentes, cuando le hace honor a los súper robots de los que se burla, cuando el auténtico corazón de la historia queda al desnudo (la patológica incomunicación de sus personajes), entendemos por qué esta obra es y será una genialidad. A pesar de todos los estúpidos fans que creen estar leyendo el Nuevo Testamento. El cinismo de Hideaki Anno debe estallar en carcajadas…